Tengo un corazón.
Un corazón que sufre, que goza, que llora, que ríe, que siente, que empatiza, que se enrabieta, que se llena de euforia o de pena, que late... Sí, tengo un corazón que late, que me mantiene viva en el más amplio sentido de la vida, a nivel físico, orgánico, emocional...
Tengo un corazón que me hace ser intensa... Cuando río, lo hago a carcajadas y cuando lloro, mi llanto forma mares. Sin embargo, aún no he reído todas mis risas, ni he llorado todas mis lágrimas (emulando a mi admiradísimo Khalil Gibran). Por eso mismo sigo latiendo y por eso mismo sigo viviendo/sintiendo con intensidad. No puedo (ni quiero) vivir las circunstancias que me rodean sin implicación, sin pena ni gloria.
Mi tendencia es siempre la de posicionarme. Tomo partido, sean cuales sean las consecuencias, consciente de que no siempre se comprende mi postura o la pasión con que defiendo mi punto de vista.
Y me posiciono, siempre, siempre en contra del explotador, del gigante, del poderoso, del que abusa del poder o de la fuerza, del mentiroso, del cínico, del tramposo y también en contra de los cómplices y cobardes que se sitúan junto a personas así.
Hoy me siento triste, impotente, decepcionada, pero quizá dentro de un rato (o mañana o dentro de unos días...) volveré a sentirme esperanzada, contenta o hasta eufórica, ¿quién sabe? Porque mi naturaleza es positiva, optimista y, según como, hasta idealista.
Creo y confío firmemente en que (como decía Martí i Pol) "Todo está por hacer y todo es posible".
(Reflexión junto a una taza de café, a corazón abierto)